Ella había nacido en Nueva Zelanda, tenía sesenta años y, evidentemente, hablaba inglés. Él acababa de cumplir los veinticinco, vivía en España y hablaba castellano. Un día, la casualidad (o no…) hizo que coincidieran en un viaje. No sabían el motivo, pero desde siempre ambos habían tenido la extraña necesidad de viajar a Estambul. El destino, valiente paradoja, decidió llevarlos a esa ciudad y alojarlos en el mismo hotel.
Casualmente cruzaron sus miradas y se produjo una extraña conexión: tenían la sensación de conocerse de toda la vida. Sus cerebros no sabían qué sucedía, e inmediatamente procesaron información buscando en sus recuerdos, pero no había datos…
La historia es mucho más larga, pero para resumirla diremos que, finalmente, aquella mujer de sesenta entabló conversación con el joven de veinticinco. La pregunta era obvia:
-«¿Nos conocemos, verdad?»
Aquel fue el inicio de una bonita relación de amistad a miles de kilómetros de distancia. Pero lo mejor de todo fue cuando, tiempo después, descubrieron que aquél había sido un reencuentro genético después de tres siglos: el tatarabuelo escocés de ella embarcó rumbo a las colonias inglesas en Australia. Al hacerlo dejó en su país a su mujer, que debía reunirse con él al año siguiente. Pero ella recibió la noticia de que el barco en el que viajaba su marido había naufragado.
Tres años después la viuda se casó con un militar inglés que fue destinado a Menorca, que en aquel momento no era española sino una colonia británica. En la isla se perpetuaron como familia y al cabo de unos siglos nació el joven de veinticinco años.
Por su parte, el marido, que efectivamente naufragó, logró salvar la vida. Fue rescatado por un grupo de aborígenes. Se quedó a vivir con ellos. Conoció a una nueva mujer con la que tuvo descendencia… Tres siglos después los descendientes de aquella pareja se habían reencontrado, establecido una conexión e iniciado una amistad.
…¿Y qué pinta Estambul en todo eso? Nada, fue sencillamente el punto de conexión que «alguien», el caprichoso destino, puso en su camino.
…¿Pura casualidad? Seguramente no.
Palao Pons, Pedro «La casualidad no existe»
…¿Eran almas gemelas? Seguramente si.