Un hombre viaja en metro. Está pensando en el trabajo que le espera en la oficina.
De repente, alza la vista y le parece que otro hombre en el asiento de enfrente lo mira fijamente.
En su abstracción, ni siquiera nota que lo que ve es solamente du imagen reflejada en un espejo.
-¿De qué conozco a este tipo?- se pregunta al notar que su rostro le es familiar.
Vuelve a mirar y la imagen, como es obvio, le devuelve la sonrisa.
-Y él también me conoce -se dice en silencio.
Por más que intenta dejar de pensar en esa imagen de la cara familiar, no consigue dejarla de su pensamiento.
El hombre llega a su destino y, antes de ponerse de pie para bajar del tren, saluda a su supuesto compañero de viaje con un gesto que, como no podía ser de otra manera, el otro devuelve inmediatamente.
En su trabajo, no puede dejar de preguntarse:
-¿De qué conozco yo a ese tipo?
Cómo le gustaría tener una fotografía de ese hombre para poder mostrársela a sus compañeros. Quizás alguno de ellos podría ayudarle a identificarlo…
Al finalizar su jornada, decide caminar hasta casa para darse el tiempo de buscar en su memoria.
Una hora más tarde entra en su apartamento, todavía sin respuesta. Se ducha, cena, mira la televisión, pero no puede prestar atención.
-¿Dónde he visto a ese hombre?-se pregunta todavía al acostarse.
Y a la mañana siguiente se despierta con una sonrisa…
-Ya sé-dice en voz alta sentándose de golpe en la cama y golpeándose la frente con la palma de su mano-. ¿Cómo no me di cuenta antes?
Ha resuelto el problema que lo tenía ocupado.
-¡Lo conozco de la peluquería…!
Texto: Bucay, Jorge. 20 pasos hacia delante, Integral, 3ª edición, 2007, págs. 14-17
Imagen: Visualgal. Jorge. José Luis Mosquera Outes